Breve reseña sobre Pedro Rubal Pardeiro
Antonio Paz Palmeiro, Antonio do Xordelo para los más cercanos, me pidió hace unos días si yo, como ex alumno suyo de la Caseta, podía escribir unas notas sobre la persona y figura de Pedro Rubal Pardeiro, con motivo de su noventa cumpleaños.
Seguro que mi aportación no será muy relevante, porque para hablar de alguien de la talla de Pedro da Costoira y hacerlo con la suficiente objetividad, hay que estar muy puesto en el uso y manejo de las letras y yo, para desgracia mía, no lo estoy. Y una formación intelectual de la que carezco. En todo caso, tanto por quien me lo pidió cómo de quien se trata, me pongo a la tarea y prometo, eso sí, manifestar con la mayor sinceridad y cómo mejor sea capaz, todo aquello que sobre él he observado durante medio siglo, tiempo suficiente, creo, como para poder opinar acertadamente sobre su persona.
He sido alumno de Pedro Rubal. He tenido esa suerte y lo digo porque me ha permitido tratarle y conocerle de cerca y, lo que a priori pudiera parecer una falta de respeto por mi parte al referirme a él despojándolo de cualquier tipo de tratamiento, lo hago intencionadamente para resaltar la cercanía del personaje hacia todos los que, de una u otra forma, nos relacionamos con él. No conozco a nadie que considere a Pedro un ser distante o presuntuoso, pues, aun reuniendo sobradamente condiciones para que lo fuera y sin que ello se pudiera considerar un defecto, él siempre ha sido una persona sencilla y cercana, un vecino ejemplar, un amigo entrañable, un magnífico conversador, un excelente consejero y, cómo se suele decir, una persona de bien. Es un placer tratarlo. Y ¡ojo!, ¡con un espíritu siempre joven y un fino sentido del humor!
Él y su inseparable Carmen. Un ejemplo para todos.
No voy a opinar sobre su formación intelectual, porque, cómo ya he manifestado, no tengo los conocimientos suficientes para hacerlo y, además de que sería un irresponsable atrevimiento, una osadía, con toda seguridad me quedaría corto. Y, por otra parte, no es necesario, ya que su currículum y reconocimientos hablan por sí mismos.
Sí quiero agradecerle de todo corazón que participara en la creación de aquel rudimentario, pero eficiente centro de enseñanza, en la querida “caseta”, pequeña edificación que hacía las veces de almacén parroquial y de lugar de cobijo y tertulia para los fieles que acudían y acuden a los distintos rituales religiosos que se celebran en la iglesia de San Pedro de Mor.
En aquella época, ni los Ayuntamientos de Alfoz ni de O Valadouro disponían de un instituto donde cursar oficialmente el bachillerato, y muchos de nosotros, si queríamos estudiar, nos veíamos obligados a realizarlo por libre, ya que las disponibilidades económicas de las familias, la mayoría humildes labradores, no alcanzaban para cubrir los gastos de desplazamientos, alojamiento, matrículas, etc. que suponía el hacerlo en donde existieran centros oficiales al efecto. Y para estudiar por libre facilitaba mucho las cosas la existencia de una escuela privada. Nuestros padres no nos podían explicar nada, y mucho menos orientarnos u organizar un método de estudio, porque, como ya he dicho, en su mayor parte eran campesinos, expertos en el uso y manejo de los aperos de labranza, de los ganados y de las épocas de cultivo, pero totalmente ajenos a la formación académica. Seguramente con honrosas excepciones, pero muy escasas.
De ahí la importancia de que alguien capacitado organizara una academia y facilitara y controlara el aprendizaje de todas las materias de cada curso, incluso que se encargara de todos los trámites necesarios para la adquisición de libros, fechas de exámenes e inscripción para realizarlos en los institutos, etc., porque no había teléfonos como hay ahora, ni acceso a las redes sociales, porque no existían ¡ni se las esperaba!
Pedro Rubal también fue víctima de esas limitaciones en su juventud y, gracias a escuelas particulares como la de O Condado en Lagoa, pudo iniciar su formación y disfrutar del tesón y buen hacer de Don José Vizoso Vizoso, aquel Maestro (con mayúscula), que supo imbuir en él las ansias de superación personal y de crecimiento en el saber que siempre le caracterizaron.
En la Caseta, acompañado de Don Antonio Lorigados (Q.E.P.D.), párroco de Mor y José Antonio Pardiñas, entonces estudiante más aventajado y más tarde profesor universitario en el campus de Lugo, iniciaron la enseñanza por libre de todos los cursos de bachillerato, con sus correspondientes reválidas. En mi caso nunca les estaré lo suficientemente agradecido.Los medios eran pocos y precarios, pero la enseñanza era muy personalizada y de calidad. Se lo tomaban en serio. Había que preparar cada asignatura a conciencia y examinarse luego de la misma en su totalidad y sin evaluaciones parciales.
A mí me tocó realizar allí los cursos de quinto, sexto y reválida. Años 1970 y 1971.
Han pasado cincuenta años, pero aún tengo la suerte de poder recordar una norma nemotécnica que Pedro empleaba para que memorizáramos las reglas del silogismo categórico:
“Sean los términos tres”: Medio, Mayor, Menor.
Mas amplio que en las premisas, ninguno en la conclusión.
Sea el medio universal, una vez, sino las dos.
Y no pase al consecuente, si es medio, extremo no”
Aunque seguramente hoy yo no sería capaz de explicar con claridad su significado, en su momento me sirvió para aprobar la asignatura de filosofía.
Cómo anécdota personal, he de añadir que el haber cursado estudios en aquella caseta, supuso que conociera a Marisé, entonces compañera de clase y con la que luego he tenido la suerte de compartir mi vida hasta el día de la fecha y ojalá que lo sigamos haciendo por mucho tiempo.
Por todo ello, por todo lo que Pedro Rubal ha significado y significa para muchos de nosotros, y para mí y para mi esposa en particular, quiero expresarle desde estas líneas, mi mayor gratitud y aprecio personal, y felicitarle por sus noventa juveniles años y desearle que siga así, cómo decía Calderón, …tratando de serlo más y de parecerlo menos.
Un abrazo muy fuerte Pedro y muchas gracias.